Me mudé a Milán sin nunca antes haberla visitado. Sin saber con lo que me iba a encontrar y cargando una mochila de prejuicios ajenos.
Conocía Italia, pero debo admitir que no era de los países que más me habían enamorado de Europa.
Había visitado Roma un agosto varios años antes. Y estar en Roma en agosto es algo así como estar en la Ciudad de Buenos Aires en enero. Una ciudad “vacía” y con calor, mucho calor, de ese calor que no te hace pensar en otra cosa más que en CALOR!. Tanto, que terminé huyendo de la ciudad para zambullirme en el mar más cercano que encontré.
Pero bueno, Roma es otra historia.
Era la tercera vez que me mudaba de ciudad en el transcurso de dos años y medio. Llegaba a Milán por amor, acompañando a A., mi novio italiano que volvía a trabajar a su país.
Aterrizamos en Milán
Y llegamos a Milán un agosto, hace algunos años. Y Milán en agosto es muy parecida a Roma en agosto. Una ciudad vacía y con calor, mucho calor, de ese calor que no te hace pensar en otra cosa más que en calor.
Era un domingo, recuerdo la entrada en auto por esas calles que me confirmaban lo que tantos italianos me había descripto. A pesar del sol y del cielo azul, parecía una ciudad gris, con muchos edificios que no me transmitían otra cosa más que amontonamiento de gente.
Dejamos las 7 valijas con las que nos mudamos, nos cambiamos y nos fuimos a San Siro, el estadio del Inter y Milan. Era el primer partido del campeonato y A., fanático del nero-azurro (Inter), había comprado los abonos para el torneo antes de subirnos al avión que nos trajo a Italia.
Sí, mis primeras horas en Milán fueron adentro de un estadio de fútbol al que había llegado en subte, por lo que ni siquiera había podido chismear un poco de las calles de la ciudad. Pero debo reconocer que ya ahí empecé a sentir que esta vez sí me iba a enamorar de Italia.
El día siguiente arrancó bien tradicional, con un cappuccino y una brioche, y con el ansia de comenzar a descubrir nuestra nueva ciudad.
Teníamos que buscar casa donde vivir, así que, con la excusa de conocer los barrios milaneses, salí a caminar “sin rumbo”.
Estábamos en un apart en Isola, cerca del Bosco Verticale, por lo que emprendí mi caminata hacia la parte más moderna de la ciudad y ya ahí el corazón me empezó a latir con fuerza.
Continúe el recorrido por Brera, disfrutando de esos edificios con historia, de los pequeños bares abarrotados de gente, de los hombres y mujeres que caminaba sobre los adoquines de la ciudad como si fueran la pasarela de un desfile de alta costura.
Casi sin darme cuenta ya estaba parada frente a Leonardo, como lo llaman los italianos, en confianza, a Da Vinci. De espaldas la casa más famosa de la música, La Scala, y ahí, a un costado aparecía ese enorme arco que no hacía otra cosa más que invitarme a entrar a la Galería que lo procedía.
Nada tenía que ver esta ciudad con la que me había encontrado el día anterior. Nada tenía que ver esta ciudad con la que tanto me habían descripto cada vez que contaba que me estaba por mudar a Milán.
Ya no era gris, al contrario, brillaba. La gente caminando por la calle no era una molestia, al contrario, completaban el cuadro, al igual que lo hacía el tránsito con sus autos de lujo, taxis, y tranvías.
Ahora sí que el corazón bombeaba con intensidad.
Fui recorriendo la Galería disfrutando de sus techos, balcones y vidrieras.
Todo me parecía increíble. Era la combinación perfecta entre arte, arquitectura, moda, diseño, y gastronomía.
Y otra vez casi sin darme cuenta, ya estaba parada frente a la mole blanca que me encandilaba de cómo brillaba. Se alzaba en la mitad de la Piazza, imponente y deslumbrante, mostrando con orgullo ser una de las iglesias católicas más grandes del mundo, que más que iglesia es una obra de arte en su totalidad.
Ya no había dudas, Milán me había conquistado.
Emprender, desde Milán al resto de Italia
Cuando decidí arrancar con MOODTRIPS (mi emprendimiento de guías de viaje que antecedió a este blog) había que elegir una ciudad, porque el mundo es enorme y había que comenzar por un pedacito, y Milán era lo más acertado.
Porque es mucho más que la capital económica-financiera de Italia. Es una ciudad multifacética, que tiene uno de los patrimonios artísticos más importantes del país. Es verde y brillante, sólo es cuestión de descubrirla. Porque sus calles, que son un desfile constante, y sus “embotellamientos de tránsito” le dan personalidad. Porque es la capital del diseño. Y porque es donde vivo y me permitía palpitar de cerca cada dato que compartía en esa primera experiencia emprendedora.
Pero un día Milán me quedó chica. Ir descubriendo diferentes rincones de Italia me generaban el deseo de ampliar los horizontes, de compartir información de cada lugar que visitaba. Fueron creciendo los artículos y llegó el momento de darle espacio a Un lugar en Italia, este blog donde te cuento todo lo que tienes que saber para organizar tu viaje a Italia, descubrirla sin prisa, como un turista pero con una mirada local.
Quédense por ahí, que todavía queda mucho por contar de Milán, esto fueron sólo las primeras 24 horas. Pero si no aguantan y quieren conocer más sobre Milán o el resto de Italia, los invito a acompañarme en Instagram: